Historia real. Lunes frío, gris y triste. Salimos del departamento con Carlito Brigante en busca de nuevas aventuras nocturnas. Todos los cañones apuntaban al único boliche abierto, a cuatro cuadras de casa. Victor Lustig, como siempre, nos dejo en banda. Camino al boliche comenzamos a especular sobre la probablidad de tener sexo esa noche, concluyendo que casi seguro ninguna chica iba a tener el placer de acostarse con alguno de nosotros. El razonamiento fue el siguiente.
Hace mucho frío con lo cual la gente sale menos: era una noche perfecta para mirar una peli tirado en el sillón. Las personas que salen tienen características comunes: o viven muy cerca del lugar (Carlito y yo), o están desesperadas por salir. Es como la liquidación de temporada, siempre quedan los talles XXL. Dejemos de lado la gente que vive cerca, por simplicidad.
Además era Lunes, con lo cual de por si el numero de gente tiende a ser reducido. A nadie le gusta ir a un boliche vacío, con lo cual efectivamente si las personas que iban a ese lugar deberían estar realmente desesperadas. Con lo cual la conclusión a la que llegamos dos cuadras antes del bar es que iban a haber pocas chicas, feas y dispuestas a lo que sea, chicos feos dispuestos a lo que sea, y nosotros que vivimos cerca.
La pregunta era entonces, a una cuadra del boliche, si nuestro razonamiento era correcto: podía ser este resultado un equilibrio de Nash? Eran las expectativas mutuamente compatibles en equilibrio? La respuesta es si, con el agravante de la selección adversa: los hombres saben que solamente asistirán mujeres feas y desesperadas. Estas a su vez saben que solamente asistirán hombres lo suficientemente feos y desesperados como para que la propuesta de encontrarse con minas feas en un boliche sea atractiva. En consecuencia algunas mujeres (las menos dispuestas a salir, digamos, las menos desesperadas) tampoco asistirán, ya que el pool de hombres que asisten al boliche es de peor calidad. Y en consecuencia los hombres menos desesperados tampoco irán al boliche dado que el pool de mujeres también empeora. Y así sucesivamente, hasta que queda lo peorcito del mercado, guiado por su propia desesperación por una noche de alcohol, excesos y pasión (con quien sea), y nosotros, que vivimos convenientemente cerca.
Llegamos a la puerta del boliche, nos miramos las caras, repasamos la lógica de nuestros razonamientos, y sin siquiera entrar dimos media vuelta y nos fuimos a ver una película a nuestras respectivas casas.